martes, 3 de diciembre de 2013

LA ETERNA Y SABIA MIRADA DE UN AMIGO

Jorge Garcia Sosa, el inolvidable amigo y colega

Por: Rayma Elena Hernández

Los manuales recomiendan dejar reposar las emociones antes de escribir; pero esta vez la vida -digamos la muerte- impuso un cierre apresurado al periódico Vanguardia. Y en horas de la tarde del domingo 1º de diciembre, ya no fue posible prorrogar más la indeseada escritura de este adiós al colega y amigo Jorge García Sosa.



Aun así, mi verbo intenta obedecer lo que tantos teóricos han dicho. Solo que ninguno podría precisar cuántos minutos, horas, semanas, meses, años… son necesarios para que el sentimiento se empoce y no fluya hecho palabras por estas cuartillas, que ya extrañan la mirada sabia de nuestro Jefe de Redacción.

Al doble riesgo me someto. Aunque algunos me consideran con ventaja, porque todavía creen que en la exacta correspondencia entre el tiempo compartido y el cariño, y el mío -dirán- es solo de 16 años.

Es cierto que ni siquiera conozco aquel pueblo, General Carrillo, donde nació el 10 de diciembre de 1951. Tampoco lo vi marcharse a una beca para convertirse en bachiller ni nos sentamos juntos en un aula de la Universidad de La Habana. Yo era muy niña cuando llegó a Vanguardia convertido en periodista, y no puedo imaginármelo solo con algunas canas, como lo describen quienes aseguran que a él las canas y la sabiduría le llegaron de manera prematura.

Tampoco viví la Era del Plomo, cuando fue un joven Jefe de Información en un periódico al que diariamente había que saciarle su apetito noticioso. Falté a aquella aventura digital que inició cuando la vieja rotativa quedó muda, e hicieron falta mentes siempre abiertas como las de Jorge, para asumir una nueva tecnología de impresión.

Yo lo conocí mucho después de que lo bautizaran como el Policía del idioma, y comprendí la justa dimensión del calificativo al ver que al mismo tiempo diseñaba gráficamente mis trabajos y me ayudaba a (re)diseñar mi mediana escritura.

Por sabio, él era jefe sin cargo de todo, cuando, por nomenclatura, llegué a la jefatura de Redacción. Y comencé a buscar su cercanía, quizá, porque quise aprender a criticar y a ser severa en los juicios sin herir; porque necesité aprender más, para sugerir y no imponer; porque debía mantener la serenidad y el buen carácter hasta en los más incómodos contrapunteos con mis colegas; porque ansiaba ser jefa no solo por plantilla, y periodista no solo por un título.

Y surgió la amistad, porque, también, mis nuevos amigos eran amigos de Jorgito. Desde entonces, ya nunca me permití saltarme un 10 de diciembre en el calendario festivo ni ausentarme en sus momentos difíciles. Así como él nunca faltó, ni faltará, a cada uno de nuestros buenos o peores días.
Jorge, junto a la autora y la correctora María Elena Díaz, en uno de sus cumpleaños.
Por eso, hoy que la vida impuso este indeseado cierre periodístico apenas unos días antes de su 62 cumpleaños, me niego a aceptar que solo el tiempo sea el medidor exacto de tantas emociones negadas a empozarse. Procuro dejarlas reposar, pero la cuartilla espera... Entonces, solo dejo correr palabras, oraciones, párrafos... Simplemente escribo, con la certeza de que, transcurridos días, meses, años... , mi aún mediano periodismo siempre encontrará una mirada sabia y serena que lo haga crecer.

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