lunes, 6 de enero de 2014

LOS LEONES ESTÁN DE MÁS…

Me pregunto si estaremos viviendo en la selva, donde no existen normas como la honestidad, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.

Me quedo confundida por lo que en mi sociedad veo y me pregunto dónde ha quedado la educación que caracterizaba, en los campos cubanos, aquellos guajiros de botas enfangadas que al llegar a sus casas lo primero que te brindaban era su hospitalidad y un caluroso: «buen día».

Hoy repasamos algunos sectores de la sociedad cubana y percibimos una pirámide que se escala sin importar por encima de quién y a costa de qué.

Se están extinguiendo las amabilidades, los rostros agradables. Todos quieren ser los mejores dentro de su círculo; clasificar como el que más tiene, el que más ostenta.

Si decidimos gastar nuestro sacrificio en una tienda recaudadora de divisas encuentras, con excepciones como toda regla, del lado de allá del mostrador la cara larga de alguien que no tiene la menor complacencia en atenderte. Si le preguntas, no te contesta. Si le vuelves a preguntar, no te contesta. Más tarde te recuerda, levanta la vista tranquilamente y te responde fulminante, casi sin mover sus labios.

Solo si un billetico rodara por el mostrador, esa cara se convertiría en cara de Pascua, en toda dulzura y hasta te llevaría a probarte cada una de las ofertas que tiene en su mostrador.

En las candongas podrás encontrar, como dijera una colega, desde una horquilla hasta un elefante, a veces productos que buscaste a precios muy bajos en las “shopping” y que te dijeron: «ya se nos terminó». Sin embargo, en ese sitio mágico hay variedades del mismo, al triple, al cuádruple del precio y cuando llegas ante el vendedor, desesperada, porque es lo que necesitas, te repite con su rostro muy calmado: «si no te cuadra ese precio, pues no compres».

En las guaguas funciona la ley de la selva. Los hombres viajan sentados, haciéndose los dormidos o de cabeza fuera de la guagua para no ver a las mujeres, ancianos, enfermos que, de pie, van a su lado. Es penoso. Aunque siempre hay alguien que los llama y les hace pasar la pena para que entre refunfuños le ceda su lugar a ese que lo necesita más que él.

Lo más sensible creo sucede en las farmacias, donde ciudadanos inescrupulosos citan a todo su árbol genealógico en la cola del viernes, día en que venden los medicamentos distribuidos el jueves, para encubrir el verdadero pacto que mantiene con las empleadas, las cuales le venden los fármacos que luego comercializan con plena libertad en las viviendas de sus vecinos. Detrás, hombres y mujeres con necesidad de esa medicina que se quedarán para la próxima semana porque se agotó lo que había entrado al almacén del establecimiento.

Señores, es que no hay respeto a las personas ni a sus problemas, adolecemos de sensibilidad ante la situación de otros, solo pensamos en nuestro bolsillo, nuestros gustos, nuestra pacotilla.

En las vías públicas aparece la lucha encarnizada que puede terminar en un desenlace mortal. Los vehículos, carretoneros, bicitaxis, ciclistas, transitan violando señales del tránsito, tratando de ponerse delante del que espera turno para cruzar una vía complicada, gritándose improperios de ambas partes. Luego aparecen los peatones que aunque resultan los más vulnerables son los más arrogantes en la vía. Transitan ensimismados, cruzan sin mirar, abandonan las aceras y cuando alguien los requiere miran al conductor como si tuviera la culpa de sus desgracias. No existe respeto al tránsito, a las leyes, a las señalizaciones, y en este caso si se juega con la muerte.

Debemos comenzar por lo más fácil: las normas elementales de educación y luego ir rescatando poco a poco los demás patrones de convivencia.

En las calles me impactan los buenos días que me desean algunas personas. Aún sin conocerlas agradezco sus sonrisas.

Los cubanos somos joviales, hospitalarios, calurosos, no podemos dejar que nos abrume la vida y perdamos nuestra esencia. No podemos permitir que nuestros hijos, el futuro de la nación, continúen aprendiendo de nosotros la dureza e insensibilidad de los momentos difíciles porque eso será lo que con sus amigos practiquen. Luego llegarán los peinados raros, los tatuajes, la moda; sin embargo, el corazón y la mente permanecerán vacíos.

Volvamos a las raíces de donde nacimos, a nuestros ancestros, esos campesinos poco instruidos y bien educados que preferían dar su casa a un caminante, antes que faltar a las normas más arraigadas de solidaridad y buenos sentimientos, que vivían del fruto de su trabajo duro pero honrado y eran incapaces de robar nada a nadie.

Ni somos leones, ni somos monos, somos individuos llenos de buenas intenciones que vivimos alejados de la selva. Existimos en comunidad y debemos comprender que todos somos necesarios. Debemos respetarnos porque no es importante solamente lo que a nuestro estómago llevamos y con qué cubrimos nuestro cuerpo. Es imprescindible con lo que llenamos nuestro corazón y se lo llenamos a nuestros hijos.
Salgámosle al paso a esos aprovechados sociales, mostrémosle que en esta Cuba existen valores morales y cívicos. No tengamos miedo, ellos están de más.